LA LOCURA Y EL DELIRIO SE ENCARNARON. el “cinematógrafo” y nuevo candidato a la presidencia de la república, Mario Poggi, regresa con más fuerza que nunca. Que Dios nos libre y la locura nos acompañe.
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Recordaba a aquel hombre que cuando niña vi. Me encontraba en el malecón de Chorrillos, era de noche y hacía frío. Mi papá, joven aún, cogía el asiento de mi primera bicicleta mientras que yo pedaleaba a toda velocidad. De pronto, mi padre me soltó y vi que hablaba con un tipo de vestimenta estrafalaria, y no era ni más ni menos que “El loco Poggi”, estamos hablando de Mario Augusto Poggi Estremadoyro. Ahora, me encontraba ahí, parada en medio del parque Kennedy. Tenía una agenda pequeña en la que había formulado preguntas hacia a aquel personaje de cabellera verde. Llevaba el carnet universitario en el bolsillo trasero del jean y unos cuantos soles que iluminaban mi andar.
En un momento pasó por mi cabeza volver a casa, pero la curiosidad por estrecharle la mano a aquel tipo que durante mi vida universitaria me dio tanta popularidad era más fuerte que cualquier otro miedo. Hombres canosos y con aliento a ron y tabaco rodeaban su banca. Eran los hombres de “la banca y la bolsa”, como les llamaba Mario. Un grupo de vejetes que hablaban en italiano de manera fuerte y exagerada. Mario tenía problemas con la próstata, muchas veces interrumpía la entrevista para acudir al servicio higiénico –en este caso, un árbol- . Venía corriendo, subiéndose el cierre del pantalón y me decía: “listo sobrinita, ¿y que más quieres saber?”.
Me encontraba totalmente consternada por la presencia de aquel ser del que muchas veces me hablaron con recelo. Quería conocerlo, quería saber de él. Desde un principio sentí que su confianza fue excelente, me contó algunos secretos y compartía conmigo su más triste frustración; pronto moriría y no quería estar solo en ese momento. Tenía ya problemas en la próstata y el alma agobiada con tantos proyectos sin realizar.
Los ojos le brillaban cual gato, el cabello había dejado de ser verde por razones de salud, tenía los labios cuarteados y una sonrisa a medio lado. Cuando recordaba a su familia se le llenaban los ojos de lágrimas, sacándolas de su rostro de modo tosco. Ahora está deprimido, y en búsqueda de sus heroicos y triunfadores espermatozoides: Raúl Alfonso, Karla, Lorena, Patricia, y la pequeña Neurona Agua.
Sus pedos ya no huelen a nada, está diabético y solo come “hierbitas”. Sus hijos lo han abandonado después de que él los abandonó a ellos. Tiene una hija que es la luz de su vida, es la más pequeña de la manada Poggi, se trata de Neurona Agua Estefania, se reconforta al ver sus dibujos en aquel cuaderno viejo, testigo fiel de los proyectos político de Mario para lanzarse a la presidencia. Tiene siete años y es el primer puesto en pintura y dibujo en el colegio “Alas Peruanas” de Ica. Algunos, los que lo conocen poco, dicen que está loco, pero él solo dice que es un imbécil. Este es el lado humano de Mario Poggi, un simple sueño sin realizar. Segura estoy, que algún día será recordado como un genio que se volvió loco, o un loco que se volvió genio…
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En nuestra primera entrevista me habló de sus proyectos. Quería hacer varios cortometrajes, y por cierto, su presupuesto en vestuario siempre era mínimo, sus auspiciadores eran Adán y Eva. Nunca logré descubrir si hablaba enserio o simplemente le gustaba decir la palabra “calato”. Contaba historias fantásticas. Muchas veces, después de relatarlas lloraba, y se lamentaba de si mismo, de su pobreza, de su soledad.
De muchacho era fanático número uno de los “cachafácil”, tuvo varias mujeres, era un experto embarazándolas, pero ellas siempre se iban con el semen en su barriga y desaparecían. Así conoció a Julia, hermosa mujer de 18 años, estudiante de la Universidad Ricardo Palma en la Facultad de Psicología. Era muy divertido tener 31 años y conocer muchachas menores, vírgenes e inexpertas en la cama. Tenía un Wolsvagen y sus tardes después de la universidad eran “súper geniales”, cachaba, estudiaba y luego volvía a cachar, dentro de ese Wolsvagen y con aquella mujer a la que tanto amó.
Tuvo muchas mujeres, pero tan solo a una amó hasta los huesos, y afirma que jamás se volverá a enamorar de tal modo. Se trata de Julia, madre de sus primeras dos hijas; Karla y Lorena. Mario nunca les dio nada, cuando Lorena tenía tres años Mario cayó preso culpable del asesinato de Díaz Balbín y no la volvió a ver hasta hace unos meses. Con Karla la historia fue distinta; un día, su hija apareció en su casa, en un carro del año, se había casado con un millonario. Mario se emocionó muchísimo al verla. Karla en los últimos años se había dedicado a participar en concursos de belleza, había logrado ser Miss Piura, se logró pagar la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Piura, tenía un curriculum impecable, y era de las muchachas más solicitas, hasta que un día su padre apareció desnudo masturbándose en Internet. Karla se encontraba indignada, y fue así, la última vez en que Mario la logró ver.
Poggi, simplemente dice que el precio de la locura fue caro y está pagando cada una de las barrabasadas que hizo. Le insistí muchas veces a Mario para ir a conocer a su hija Lorena, sabía que vivía a unas cuantas cuadras del parque Kennedy, a unos pasos del Teatro Julieta. Mario se quedaba callado unos segundos mirando al vacío. De repente no está, de repente se niega carajo, todo por el video del Internet.
El clima por ratos se tornaba tenso. Nada más era él y yo en ese frío parque mirando a los gringos pasar. Los amigos de Mario; Roberto el italiano y Victor, parecían ser a veces sus peores enemigos por momentos. “Va, uno le hace un bene y él hace un mal magliore”.- me decía Roberto con esa lengua hibrida que lo caracterizaba cuando le preguntaba sobre Mario. Días antes a mi visita, Roberto le había regalado un refrigerador, y Mario había contado esto a otros amigos más. Roberto no quería que nadie se enterara sobre dicho regalo, puesto que, sabía que su novia le reclamaría el gasto excesivo de este.
Al final de la primera entrevista, Mario insistía en leerme el tarot:
- Y Mario, ¿me voy a casar?
- Tararará, No sobrinita, vas a tener que meterte el dedo nomás. Te vas a enamorar, te va a dejar, y vas a ser una mujer de mucho dinero, ojala ese día me busques y me pongas mi programa de televisión.- respondió.
- ¿Cómo me va a ir en mi crónica sobre ti?
- Acá dice que esta crónica será de locuuuuura.- dijo Poggi.
- Y Mario, finalmente, pregúntales a tus queridas cartas si tu hija Lorena está en su casa, la quiero conocer.- dije.
Un silencio invadió el parque, Mario recordaba el rostro de su hija tal vez. Admito que me sentí culpable por la imprudente pregunta. Sentado en un banquito de tela de Los Rugratts con una tela azul sobre las piernas y las cartas desparramadas de modo desordenado, su rostro navegaba por los rincones más profundos de la locura. De pronto, una niña se le acercó: Señor, ¿Usted ya no come pasto? Tengo que aceptar que su comentario fue estúpido, pero me salvó de una buena. No hijita, ya no como pasto, pero me puedes tomar una foto con mi pelo verde, te cobro un sol.- dijo Mario.
Después de aguantar durante unos minutos a la niña estúpida y sus preguntas Mario desistió y dimos marcha a la casa de su hija. En el camino me contó el por qué de su silencio. Lorena sintió rechazo de mi parte, la dejé cuando tenía tres años, estuve en la cárcel, y luego me enteré que mi mejor amigo de toda la vida, Victor, se había tirado a mi mujer justo en la época en que salió embarazada de Lorenita. Siempre pensé que era hija de él, a veces la veía salir del colegio, nunca me acerqué. Hace seis meses, sentado en el parque Lorena se acercó, saludó llamando a Mario, tal vez confianzudamente: “papá”. Papá no veo bien, los lentes de contacto se me caen, tengo 17 de miopía en un ojo y 4 en el otro. Las lágrimas se me cayeron, era mi hija, si era mi hija. Recordaba cuando joven tenía el mismo problema visual, las mismas cantidades de miopía. La abracé desde ese momento me propuse cambiarle la vida a mi hija.
El doctor Izquierdo, Rector de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), durante años fue mi gran amigo, él me operó de la vista gratis, y esta vez le había prometido hacerle publicidad en televisión a su clínica oftalmológica, lastima que nunca pude cumplir mi palabra, pero gracias a él logré operar a Lorenita de sus ojitos, probrecita mi hijita, nunca le di nada carajo.- dijo Poggi.
Llegamos a aquel edificio miraflorino, Mario no recordaba el número del departamento, yo simplemente recordaba que me había dicho que era el tercer piso, así que optamos por tocar todos los timbres.
- ¿Aló?.- respondió la empleada
- Hola Lorenita, soy Mario.
- La señorita Lorena no está, ¿algún encargo?.- contestó la empleada
- Dígale que vino su padre, que me busque, que pronto moriré.
- Ah OK.- de modo violento colgó el auricular del intercomunicador.
Lorena no estaba en casa, no había regresado del trabajo. Media cuadra más allá vimos venir a Lorena. Era una jovencita alta, muy simpática, pero regordeta, de cabello ondulado claro. Tenía los ojos grandes, color caramelo y los dientes como los de Bob Sponja.
- Hola mi amor.- le dijo Mario. Acá te presento a Melissa, Melissa Poggi, ella es de la manada.
- Ah… Hola, seguro que eres una de esas tantas periodistas que quiere burlarse de mi papá.- dijo Lorena mirando mi maletín con cierto rechazo.
- No para nada, mucho gusto en conocerte Lorena.- le dije.
- ¿Tienes DNI?.- me preguntó.
- Claro, toma.- le dije entregándoselo.
- Sí, si eres Poggi. Hola primita, ¿tu papá es…?
- Ya Lorena, vamos a tu casa para conversar.- dijo Mario
Tenía temor de entrar a su casa, desde un principio noté la cólera que me tenía Lorena. Había sido rechazada hasta por su propio padre, y nunca duraba más de tres años en el mismo colegio. Estudió en diversos lugares, a veces era menospreciada por el apellido contaba Mario, la molestaban con la correa, la llamaban pollito, pobrecita mi hija carajo.- decía Mario. Era violenta, su departamento, por alguna extraña razón estaba repleto de juguetes para niños. Lorena, quisiera tomarte una foto con tu papá.- le dije muriéndome de miedo. ¡No!, sabía que eras una periodista de esas que nos han arruinado la vida.- me respondió. No, no.- dije varias veces justificando mi imprudencia. Mario empezó a explicarle sobre la crónica de locura que estaba haciendo para la universidad. A Lorena no le bastó su maltrato, puesto que, siguió preguntando dónde estudiaba, cómo se llamaba el curso y hasta el nombre del profesor me pidió…
***
Nelly Chacaltano, su actual esposa, vive en Ica con Patricia y Estefania. Mario no las puede mantener, y se consuela viéndolas de cuando en vez. Por las noches llama a Estefania. En nuestra segunda entrevista, también en el parque, Estefania llamó a su papá:
- Papito, ¿me cuentas un cuento?, un bichito no me deja dormir.- dijo Estefania.
- Claro mi amor, ¿qué cuento quieres hoy?, ¿el de la Caperucita y Blanca Nieves?
Sabía que Mario estaba un tanto loco, pero ¿un cuento de la Caperucita y Blanca Nieves? Me resultaba intrigante, tan solo miraba el reloj, no eran ni las siete. Mario sin un centavo en el bolsillo y con una hija que pedía a gritos a su padre.
- Veamos, veamos.- dijo Mario. La Caperucita siempre fue una pendeja, nunca llegó a la casa de la abuelita, y Blanca Nieves era una chola de mierda. Pero si quieres te cuento otro cuento mi amor, no se me ocurre ninguno ahorita. Si quieres te canto una canción…
Si bien es cierto, Mario como cantante es buen psicólogo. Difícilmente una niña de siete años concebiría el sueño escuchando los gallos de su padre...
Poggi, no contuvo más las lágrimas, cogió el pañuelo de aquel saquito de pintor de mala muerte que siempre usaba. No entendía a ciencia cierta, porque se conmovía tanto con la llamada de Estefania. Empecé a indagar entonces como era la relación con sus demás hijos. A Raúl Alfonso nunca lo vio, tan solo de lejos, cuando niño, en su primera comunión. Su mamá tan solo dio permiso de que fuera firmado, para que así llevase el apellido. Patricia, la primera hija con Nelly es el gran dolor de cabeza. Hace tres años, cuando Nelly vivía en Lima con las niñas, Patricia comenzó una relación amorosa con un pandillero. Este le robó la virginidad, la iba a embarazar, no iba a estudiar. Nadie se dio cuenta, solo la pequeña Estefania, que entre dientes decía que su hermana la dejaba sola por las tardes para meterse al callejón del cerro.
Mario la lastimó, le pegó a Patty con todas sus fuerzas, hasta que esta quedó casi inconsciente. Pensé que Patty había quedado embarazada, fue una alegría al ver los resultados de los análisis. Ahora, después de algunos años, Patty se encuentra encaminada; canta en un grupo de rock, cursa el quinto año de secundaria y estudiará medicina. No le habla a su padre, y le tiene prohibido ir al colegio en el que por cierto, también estudia Estefania. Las dos menores hijas de Mario han tenido que pasar crudos momentos en los que han sentido el rechazo y la discriminación de la gente por llevar ese apellido del que tanto habla la gente.
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La mayor parte de nuestros encuentros fueron en el parque. Mario me pidió siempre recordarlo así, trabajando. A veces iban gringos para que Mario, siendo todo un gitano, les leyera la suerte. Tan solo tuvo una victima a la que atendió delante de mí. El pobre gringo no tenía idea del grave error que estaba cometiendo. Las conclusiones del caso fueron que el muchacho nunca se casaría porque la novia se moriría días antes, no terminaría su carrera, y de remate su compañera inseparable sería siempre la soledad.
En ocasiones tenía problemas para llegar al parque, una loca siempre me perseguía. Mario decía que era lesbiana y que yo le gustaba, a veces nos teníamos que esconder en las cabinas de Internet cercanas al parque. Buscábamos dietas especiales para diabéticos, nos burlábamos de Jaime Bayly y nos tomábamos fotos de locura. Bayly es un huevón, me pagó cinco mil dólares por inventarle un hijo, por salir en su programa y decir cojudes y media (recordemos que Mario es un hombre serio).
Esa noche, al regresar a la banca después de que la loca había desaparecido llegó a la banca un gran amigo de Mario, se trataba de Alfredo Mera. Era un hombre rechoncho, con secuelas de poleo y que no pasaba de los 30 años. Este joven era el diseñador gráfico de Mario, iba de cuando en vez, hacía alguna toma, la publicaba en la Internet y actualizaba frecuentemente las nuevas locuras de Mario en la web. Para mi desdicha, este joven se obsesionó de inmediato conmigo. Había registrado la agenda de Mario y logró conseguir mi número de teléfono celular y mi dirección de correo electrónico. Me mandaba postales, llamaba casi a diario a mi celular y se afanaba con las invitaciones para salir a tomar. Claro está, nunca le hice caso, pero tuve entonces que contactar a Mario y contarle lo sucedido. Dejé de ir casi dos semanas a ver a Mario. Alfredo Mera vivía en un edificio, al frente del parque Kennedy, y lograba visualizar desde su ventana si estaba en la banca o no.
Un día, casi de manera secreta, cité a Mario en el malecón de Chorrillos, en realidad tenía ganas de ir a su casa, pero me parecía atrevido auto-invitarme. Así fue como un sábado al mediodía nos encontramos cerca a las mesas de ajedrez de malecón. Mario se apareció con un short de tenis y una bicicleta Monarck celeste, un polo blanco y su infaltable celular colgado del cuello con un hilo de pescar junto a su monederito cusqueño. Miramos como los desgraciados de los socios de Regatas comen su rico ceviche, mientras que nosotros, pobretones de mierda tenemos que andar en bicicleta o a pie. Ah, por cierto, un día antes Mario se había ido a la podóloga, así que no dudo en enseñarme los lindos que estaban sus pies en plena vía pública.
Mario había ido preparado, así que no quedó otra que seguirle el paso hasta que llegamos a la playa. En el camino, se le había caído su monederito cusqueño en el que tenía 30 soles. Ese sería el dinero del diario para Nelly. En un momento, Poggi amenazó con suicidarse, se puso a llorar y decía que lo había perdido todo, hasta sus 30 soles, que pronto iba a morir. Me pidió que lo buscase siempre, decía que tenía que hacer de su muerte una noticia. Según él lo encontraría muerto en su habitación, cerca a sus esculturas y a su premio MAYA, concurso en el que él fue el único finalista, y el único participante.
Lo convencí de que practicáramos yoga en la playa, claro está que Poggi no alcanzaba a hacer ninguna de las posiciones que ilustraba mi manual de yoga. Lo consolé, pero él me dijo que ayer en la noche mirando una revistita pornográfica trató de tirarse un pajazo, pero no pudo, necesitaba una mujer, una mujer así como la que estaba pasando; arrechona. Ojala que su marido no haya escuchado, pero su mujer estaba buena. Si se tapaba la cara estaría rica. Mario nunca mide sus palabras. Esa chica que estaba pasando con su esposo era mi prima, también de apellido Poggi. Mario no sabía donde meter la cabeza, miraba la arena, miraba el sol, miraba a cualquier lugar menos a mí. Después de unos minutos nos empezamos a reír. No sé quien estaría más arrechón; mi prima o Mario…
Regresamos a su casa y en el camino le pregunté cual había sido el mejor día de su vida. No dudó en responderme que el día que la revista Gato Pardo fue a su casa, ese día salió de misio por contar lo de Díaz Balbín. Simplemente hay que buscar la justicia, así tenga que ser con tus manos, porque sino nadie hará nada por ti. Todos estos cojudos me deben un favor, yo los salvé de un asesino, y encima luego ayudé al Presidente Alan García a hacer cortina de humo después de todas las cojudeces que estaba haciendo con el país. Aparecía en todos los diarios, pero nunca pude salir así como Dios me mandó al mundo, calato.
El peor día de mi vida fue cuando los medios de comunicación hicieron de mí un loco.- dijo Poggi, Yo quería recomenzar mi vida, pero me fregaron. Soy Mario Poggi, y quiero parir nuevas ideas, pero no me dejan. Un brujo en Europa me dijo que yo algún día seré Presidente del Perú. Se quedó callado algunos segundos y me miró fijamente guiñando el ojo izquierdo, aquel ojo que a veces le lagrimea de nervios. Sacó su cuaderno en el que hace apuntes de índole político y me pidió rediseñar su logo. Quería una correa moderna, no tan clásica como la que él había hecho.
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Finalmente, logré reunirme con Estefania y Nelly. Sabía que en los próximos días vendrían a Lima. Nelly tenía que dar examen en algunas boticas de la capital con la esperanza de poner ser aceptada en alguna. Ese día llamé muy temprano a Mario:
- ¿Aló, Mario?
- Sí, si, si, si, soy yo, ¿quién habla?.- me contestó.
- Yo pues Mario, Melissa Poggi.- respondí con voz risueña.
- Hooooola Meliiiiissa, que gusto escucharte. Estoy en la casa de los catecúmenos de Venezuela, me quiero reunir algún día con Chávez para que se deje de pendejadas. ¿dónde estás tú?, ven donde los catecúmenos, cosa que hablas con Nelly, hace años que no te ve, desde que eras cigoto.
- Ah OK, Mario, pero mejor quedamos en el parque.
- Claro, si vemos a Alfredo lo ahorco por arrecho. Te quiero mucho Melissita.
- Y yo a ti Mario…
Mario decía ser catecúmeno, todos los jueves se reunía con unos venezolanos que le regalaban cosas y le daban hospedaje para cuando Nelly venía a Lima. Decía que su casa de Chorrillos era un mal ambiente, puesto que, nunca lo limpiaba y paraba desolada. Poggi decía que su mujer era su mejor amigo con tetas, la adoraba y le gustaría amarla tanto como a Julia una vez amó.
Esa noche, al llegar al parque conocí a Nelly y a Estefania. Ambas mujeres de sonrisa profunda y sincera. La pequeña jugaba con los demás niños a los que acababa de conocer en el parque y Nelly contemplaba a su hija con ternura, cuidando cada uno de sus pasos. Al llegar al parque me señaló una banca para sentarnos a conversar. Me dijo que podía tomarme fotos con Estefania. Nosotras vivimos la vida de modo simple, sin hacernos problemas, como venga, no como Lorena. Nunca quiere hablar, siempre se encierra en su casa y nos trata con desprecio. Pobre chica, pobre chica.- decía Nelly.
Nelly no era más que una pobre mujer de mirada dulce que hablaba hasta por los codos. Llevaba puesta una blusa muy sencilla, unos jeans y sandalias de playa con medias blancas. Hace algunos meses había renunciado a una empresa de productos naturales, su jefe la había intentado violar. Estaba ahora desempleada, con una rodilla lastimada por los golpes que tuvo que dar para defenderse.
Nelly Chacaltano estudió Farmacia en la Universidad Nacional de Ica. Al cumplir los 22 años vino a Lima para finalizar su tesis, pero había dejado algunos asuntos pendientes en Ica; una profesora la estuvo llamando porque le faltaba una nota, así que se vio obligada a regresar. En Ica hablaban mucho sobre Mario, y él, como buen figureti, visitaba Ica. Mario se había perdido en Ica, justo en la esquina de la casa de Nelly, ella estaba saliendo de su domicilio cuando la locura y el desenfreno se encontraron para armar todo un drama de amor. Nelly después de orientarlo le pidió un autógrafo y fue así como el romance comenzó. Mario empezó a perderse con mayor frecuencia en la esquina de la casa de Nelly. Salían a tomar un helado, a la corrida de toros o a alguna feria. El matrimonio se llevó a cabo a escondidas, los padres de Nelly se negaban a aceptar –por razones obvias- aquella unión.
Lo que me impresionó o me enamoró de Mario fueron sus canitas. Mi padre las tiene, y siempre me preguntaba porque sentía tal atracción por los hombres canosos. Otra cosa que me encantó fueron sus ojos grandes, verdes, preciosos. Mario es un hombre único, con gran carisma y sentido del humor.- dijo Nelly sonrojándose un poco.
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Mario siempre tenía ganas de llevar al cine uno de sus sueños. Quería que yo fuera la productora, me preguntaba si el drama del corto estaba bien, yo tan solo me limitaba de decir que si para contener la risa…
“En la selva hay una cueva, en forma de concha, a lado de ella hay un lago, donde yo nadé calato varias veces. Quiero hacer un cortometraje, yo salgo de arqueólogo –calato, claro está- y con mi paja voy buscando a la concha perdida, y de adentro tienen que salir tres calatas que tienen que ser las guardianas de la cueva de la concha. Ellas me violan, y yo me dejaré. De pronto, la pantalla tiene que aparecer negra, y una mujer tiene que gritarme: “Mario ya, ya amaneció, levántate” y todo habrá sido un sueño”.- decía Mario.
Sus amigos se habían retirado, sabían que esta crónica era un asunto muy importante para Mario, pues yo, había ido a verlo y a conocer sobre él. Presiente su muerte, y cree que el último escrito sobre su vida será este. Me había dicho que se sentía muy honrado por mi presencia y feliz de haberme contado parte de su verdad…
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